El Señor está cerca: Viernes 27 Octubre
Viernes
27
Octubre
No pudieron entrar a causa de incredulidad.
Hebreos 3:19
La incredulidad y sus consecuencias

Aquí, como en todas las páginas del Libro inspirado, se nos enseña que la incredulidad es la cosa que entristece el corazón de Dios y deshonra su Nombre. Y no solo esto, sino que nos priva de las bendiciones, las dignidades y los privilegios que la gracia infinita otorga. Tenemos escasa idea de lo mucho que perdemos, en todo concepto, por causa de nuestra incredulidad. Exactamente como en el caso de Israel: la tierra estaba ante ellos con toda su fecundidad y belleza, y se les mandó que subieran y tomaran posesión, pero “no pudieron entrar a causa de incredulidad”. Así también nosotros a menudo no gozamos de la plenitud de bendiciones que la gracia soberana pone a nuestro alcance. Los tesoros del cielo están abiertos ante nosotros, pero no alcanzamos a apropiárnoslos. Somos pobres, débiles, desprovistos y estériles, cuando deberíamos ser ricos, fuertes, satisfechos y fecundos. Somos enriquecidos con todas las bendiciones espirituales en los lugares celestiales en Cristo, pero de ellas no nos apoderamos como deberíamos y, por tanto, permanecemos pobres y débiles.

Por eso, a causa de nuestra incredulidad, ¡cuánto perdemos en relación con la obra del Señor a nuestro alrededor! En el evangelio leemos que nuestro bendito Señor no pudo hacer grandes obras en cierto lugar a causa de la incredulidad de ellos. Esto, ¿no nos dice nada? ¿No le impedimos también, a causa de incredulidad, que él obre? Alguno dirá tal vez que el Señor hará su obra a pesar de nuestra falta de fe; que él, a pesar de nuestra incredulidad separará al que es suyo y completará el número de sus elegidos; que todo el poder de la tierra y del infierno, de los hombres y de los demonios juntos no puede impedir el cumplimiento de sus consejos y propósitos en cuanto a su obra.

Bien, todo esto es verdad, pero deja enteramente intacta la inspirada sentencia ya citada: “No hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos” (Mt. 13:58).

C. H. Mackintosh