Cuando el Espíritu Santo vino sobre los creyentes, como se registra en la primera parte de Hechos 2, inmediatamente se produjo un efecto maravilloso. Dios introdujo un estado de cosas completamente nuevo. A diferencia del período de la Ley, ya no había un líder humano designado, como lo fue Moisés; ya no había un nuevo sumo sacerdote, como lo fue Aarón; ya no había sacrificios de animales, ni rituales, como en el tabernáculo. En lugar de eso, en la sencillez de la fe, los discípulos se unieron de forma maravillosa y “perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” bajo la acción del Espíritu Santo.
Observe que primero se menciona la doctrina de los apóstoles, pues sus enseñanzas sobre Cristo son la base de la comunión. Sin la verdad sobre Cristo, la reunión de los creyentes no habría tenido sentido alguno, pero su sumisión a Cristo y a su Palabra los reunió para disfrutar de una comunión vital, y esta comunión iba acompañada del partimiento del pan y de las oraciones. Más tarde, ellos fueron bendecidos con otras enseñanzas, como las reveladas al apóstol Pablo sobre Cristo y la Iglesia. Al someterse a tales enseñanzas, disfrutarían aún más de su comunión, del partimiento del pan y de las oraciones en común.
Desgraciadamente, en la cristiandad actual se han añadido formas ritualistas y se ha dado a los hombres posiciones dominantes como “pastores” y otros títulos semejantes. Tales prácticas en realidad niegan la “sencillez” a Cristo, en lugar de llevarnos a la devoción al Señor. La sencillez de los primeros tiempos del cristianismo se ha perdido. Que todos los que han redescubierto algo de esta sencillez, aunque quizá sean pocos, se fortalezcan en el Señor. Con la humildad de la fe, apreciemos profundamente lo que nuestro Dios ha provisto.