Nehemías no perdió el tiempo. Tres días después de su llegada a Jerusalén, él y algunos de sus hombres salieron de noche para examinar el estado de la ciudad. Sin decirle a nadie lo que iban a hacer, recorrieron la ciudad y vieron las ruinas de los muros y sus puertas quemadas. ¡Qué perspectiva tan angustiosa!
Nehemías convocó al pueblo y a sus dirigentes y les habló de la mala situación en la que estaban. Pero añadió: “Venid, y edifiquemos”. Comenzó a animarlos hablándoles de la buena mano de Dios sobre él y del permiso real que se le había concedido. La respuesta fue entusiasta: “Levantémonos y edifiquemos”. Inmediatamente se pusieron manos a la obra para iniciar este proyecto tan importante. El muro tenía el propósito de proteger la ciudad de los enemigos externos. Simboliza para nosotros la necesidad de separarnos moralmente del mundo que nos rodea para estar protegidos de su influencia perniciosa.
Aquí vemos a alguien que posee un liderazgo piadoso. Nehemías actuó con rapidez y discreción tras su llegada. Examinó tranquilamente la situación, no confiando simplemente en su propio juicio en la materia, sino llevando a algunos otros con él. Luego reunió al pueblo. Les habló del triste estado de los muros y las puertas de Jerusalén, pero no reprendió ni culpó a nadie. En lugar de eso, ofreció una solución: “Venid, y edifiquemos”. Animó al pueblo diciéndoles que la buena mano de Dios estaba sobre ellos y que el rey les había dicho palabras favorables. El resultado es que el pueblo respondió: “Levantémonos y edifiquemos”, y a su vez dieron pasos para cumplir este propósito, mientras que los enemigos les mostraron su odio, pues se burlaron y los despreciaron.