El Señor Jesús preparó el desayuno para los discípulos y luego los invitó a comer, distribuyendo él mismo la comida (vv. 12-13). Qué conmovedor lo que hizo el Señor y cuán acorde con su humilde gracia: siempre sirviendo a los que ama. Este es el trasfondo de la conversación entre Cristo y Pedro, la cual culmina con la restauración de este último como líder entre los apóstoles.
Ya hemos visto que Pedro, en este punto, ya sabía que había sido perdonado. Pero era necesario un trabajo más profundo en su restauración, así que el Señor se puso manos a la obra. El primer encuentro de Pedro con Cristo había sido en privado, pero el encuentro a la orilla del mar de Tiberias se iba a hacer en presencia del resto de los discípulos. ¿Por qué? Porque Pedro lo había negado públicamente y su reintegración como apóstol también debía seguir la misma línea. Una cosa es ser perdonado y otra es ser capaz de volver al servicio.
Simón Pedro negó tres veces al Señor Jesús, y el Señor le preguntó tres veces: “¿Me amas?” (v. 15-17). Esto tocó su conciencia profundamente. La primera pregunta fue formulada en relación al resto de discípulos: “¿Me amas más que estos?”, pues Pedro se había jactado de que, aunque todos negaran a Cristo, él no lo haría. No hay fuerza en nosotros mismos, y Pedro debería haber velado y orado en lugar de presumir. Estas preguntas penetrantes lo llevaron a exclamar: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo” (v. 17). Pedro, ya no con una actitud jactanciosa, se entrega al Señor y a su divino conocimiento. Entonces recibió una nueva comisión: no iba a ser solo un “pescador de hombres”, sino que también debía cuidar del rebaño del Señor. Se necesita una voluntad quebrantada para ser capaces de conducir y alimentar a las ovejas y corderos de Cristo.