Alguien dijo de Cristo: “Él fue el Hombre de mayor gracia, el más accesible que jamás hubo”. En su forma de ser vemos una ternura y una bondad nunca vistas en otros hombres y, sin embargo, vemos que siempre fue un “extraño” en la tierra. Sin embargo, estuvo muy cercano tan pronto como la miseria o la necesidad humanas lo reclamaban. Tanto la distancia a la que se mantenía como la intimidad que expresaba eran perfectas. Hacía mucho más que observar la miseria a su alrededor: se compenetraba de ella, demostrando una simpatía que le era peculiar. Por otro lado, hacía mucho más que repudiar la corrupción que lo rodeaba: mantenía siempre una plena distancia entre la santidad misma y toda contaminación y mancha.
Véanlo manifestando esta combinación de distancia y de proximidad en el relato de Marcos 6. Es una escena impresionante. Tras un largo día de servicio, los discípulos vuelven a él; Jesús se interesa por ellos; la fatiga que sienten toca su corazón; él lo toma en cuenta y de pronto provee lo necesario: “Venid vosotros aparte… y descansad un poco” (v. 31). Pero la multitud los siguió, y él se vuelve hacia ella con la misma prontitud; conoce su estado moral y, viendo que se hallan como ovejas sin pastor, comienza a enseñarles.
En todo esto lo vemos cercano, muy cercano a las múltiples necesidades que se van suscitando a su alrededor, ya sea la fatiga de sus discípulos o el hambre de la multitud. Pero de repente los discípulos se muestran algo resentidos al ver la atención de Jesús hacia la muchedumbre y le piden que la envíe a sus casas. Sin embargo, esto no lo afectará en ningún sentido; y en ese mismo instante se produce un distanciamiento entre Jesús y los discípulos, el que hallará su expresión cuando poco después les manda entrar en la barca. Los vientos y las olas se levantaron contra ellos en el mar, y entonces, en medio de su angustia, ¡Jesús nuevamente se les acercó para socorrerlos y ponerlos a salvo!