La declaración de los versículos anteriores fluirá de los corazones del remanente de Israel después de haber atravesado las angustias de la gran tribulación. Se darán cuenta que son indignos de la gracia que Dios les habrá mostrado, pues verán sus pecados como nunca antes, particularmente cuando vean a su Mesías viniendo con poder y gran gloria, y descubran que es el mismo Jesús que ellos habían crucificado. Entonces se darán cuenta que este es su gran Dios, y responderán con asombro y humildad: “¿Qué Dios como tú?”.
Muchos han insistido en que Israel, al haber rechazado a su Mesías, nunca más podrá ser restaurado. Ciertamente, Israel se sentirá indigno de cualquier restauración, pero ¿qué creyente de entre los gentiles podría decir que son más dignos de la gracia de Dios que los judíos? ¿No dijo el Señor Jesús en la cruz?: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23:34). Dios es tan grande que puede perdonar la iniquidad. La iniquidad no es simplemente el pecado, sino el pecado cometido con determinación y obstinación, sabiendo que es malo. Israel ha sido culpable de esto durante siglos. ¿Pueden los gentiles afirmar que lo han hecho mejor?
Dios también olvida la transgresión: la desobediencia a las leyes claramente establecidas. Israel transgredió la ley de Dios inexcusablemente, y nosotros no somos mejores. Pero el Señor pasa por alto el pecado, lo perdona porque en la cruz “Él fue herido por nuestras transgresiones” (Is. 53:5 NBLA). Es por ello que todo creyente puede decir: “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (v. 6).
¡Qué maravillosa es la gracia que llevó a Jesús a sufrir y morir, para poder perdonar libremente al remanente de Israel, y a cada creyente en esta presente dispensación!: “¿Qué Dios como tú?”.