Los israelitas tenían que pasar por la tierra de los amorreos justo antes de poder entrar en la tierra prometida. Entonces hablaron muy amablemente con Sehón, rey de Hesbón, diciéndole que solo pasarían por su tierra y le darían el pago correspondiente por todo lo que comieran y bebieran, y que luego cruzarían el Jordán hacia la tierra que el Señor les había dado (vv. 26-29). Pero, sin razón alguna, Sehón se negó y se opuso al pueblo de Dios. Los israelitas tenían dos opciones: retroceder o luchar contra este nuevo enemigo. Entonces Dios dijo: “He aquí yo he comenzado a entregar delante de ti a Sehón y a su tierra; comienza a tomar posesión de ella” (v. 31). Así que, con la confianza de que Dios les daría la victoria, lucharon contra esta oposición.
Muchas cosas se interponen en nuestro crecimiento espiritual con el fin de obstaculizar el camino que nos lleva a poseer nuestras bendiciones espirituales en los lugares celestiales (Ef. 1:3). La religión humana es una de ellas, pues quita “la llave de la ciencia” y le impide entrar a los que quieren entrar (Lc. 11:52). La filosofía, con su enseñanza humana “conforme a los rudimentos del mundo” (Col. 2:8), es otra, y también “los argumentos de la falsamente llamada ciencia” (1 Ti. 6:20-21). No habrá progreso espiritual alguno si escuchamos esas voces opositoras.
Solo hay una cosa que hacer: derribar tales razonamientos, “toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Co. 10:4-5). Dios quitó de en medio a Sehón para que su pueblo pudiera poseer la tierra. Nosotros debemos poseer el “territorio” de nuestras mentes para Dios: “No se adapten a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente” (Ro. 12:2 NBLA); pues ahí está el camino hacia nuestras bendiciones espirituales en Cristo. Solo entonces será posible que “la palabra de Cristo more en abundancia” en nosotros (Col. 3:16).