Antiguamente Dios había dicho a su pueblo: “Escuchad mi voz, y seré a vosotros por Dios, y vosotros me seréis por pueblo; y andad en todo camino que os mande, para que os vaya bien” (Jeremías 7:23).
Pero gran parte de este pueblo desobedeció muchas veces. Sin embargo, aunque tuvo que castigarlos con amor y sabiduría, Dios no los abandonó. Hoy, estas palabras se dirigen a cada uno de los que han puesto su confianza en Cristo: “Yo nunca me olvidaré de ti… En las palmas de las manos te tengo esculpida”. En efecto, el día de la resurrección de Cristo, los discípulos pudieron ver las marcas de su amor por ellos: sus manos y sus pies, clavados cuando fue crucificado, seguían llevando las huellas de las heridas hechas por los clavos (Juan 20:27). Jesús “herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados” (Isaías 53:5). ¿Permaneceremos insensibles a un amor tan grande?
El amor de Dios brilló en la cruz cuando Jesús llevó el castigo por nuestros pecados. Fue necesaria la muerte de su Hijo para que todos los que creen en él tengan el derecho de ser hijos de Dios (Juan 1:12). Entonces, los que recibieron a Cristo como Salvador personal nunca más serán privados de su amor (Romanos 8:35). Cuando pasan por dificultades, penas, sufrimientos o peligros, saben que el Señor no los olvida, y que los sostendrá.
“Clamaré al Dios Altísimo, al Dios que me favorece” (Salmo 57:2).
Jueces 21 – Apocalipsis 22 – Salmo 150 – Proverbios 31:25-31