Según el historiador romano Suetonio, cuando el emperador Tito pasaba un día sin encontrar una oportunidad para hacer el bien, decía: «Diem perdidi» (He desperdiciado mi día). ¡Qué lección de sabiduría! Pero, ¿qué dice la Biblia? “Mis días han sido más ligeros que un correo; huyeron, y no vieron el bien. Pasaron cual naves veloces; como el águila que se arroja sobre la presa” (Job 9:25-26). ¡Nadie puede retenerlos, ni volver a empezar uno de ellos!
Los momentos que utilizamos para satisfacer nuestros placeres y nuestra vanidad se disipan como un vapor. Pero si los utilizamos para el Señor, sirviendo a los cristianos con quienes entramos en contacto, dando testimonio de nuestra fe, los días que pasamos en la tierra pueden dar un fruto que permanezca para la eternidad (Juan 15:16).
Dios nos pide serle fieles cada día, un día a la vez, y nos da la fuerza para hacerlo. Podríamos considerar la vida como un todo y descuidar el corto espacio de un día, olvidando que estos días, sumados unos a otros, forman años. Cada día influye en el conjunto de la vida. Si sumamos los días perdidos, se forman años perdidos. Al contrario, nuestros días y años pueden ser «ganados» para el Señor y ayudar a glorificarlo (Juan 15:8).
“Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Colosenses 3:23-24).
Josué 24 – Santiago 5 – Salmo 138:6-8 – Proverbios 29:9-10