Juan nos cuenta los últimos momentos que Jesús pasó con sus discípulos. Comprendemos la preocupación de quienes siguieron a su Maestro y escucharon sus enseñanzas. ¿Qué harían sin él? ¿Qué sentido tenía su inminente muerte, de la cual les había hablado?
Jesús los invitó a confiar en él, a creer lo que les había anunció acerca del más allá (versículo del día). Juntos habían vivido muchas situaciones difíciles, habían podido apreciar su fidelidad, su poder, su autoridad. Pedro le había dicho: “Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68). Siempre los acompañó, los comprendió, los animó. En efecto, la fe no es una simple opinión personal sin fundamento, sino una profunda convicción interior, forjada en la comunión con Jesús, y que hace que nuestro corazón arda (Lucas 24:32).
Esta afirmación de Jesús se aplica hoy a quien ha creído en él, a quien ha confiado en él. Ella lo anima y disipa la angustia que la duda podría causarle.
Aquel a quien he conocido, quien me ha dado ánimo y apoyo, quien me ha aconsejado en muchas circunstancias de mi vida, ¿podría engañarme dándome esta esperanza? Esta relación de confianza es un secreto personal que no se puede transmitir, pero es rica en seguridad para el más allá. ¡Me voy a encontrar con aquel en quien he creído, y viviré con él! ¡Qué felicidad, qué certeza y qué esperanza!
Jueces 20:1-23 – Apocalipsis 21:1-14 – Salmo 148:9-14 – Proverbios 31:8-9