Una noche, al regresar de la plaza pública, el ateniense Pericles fue seguido hasta su casa por una persona que le lanzó los peores insultos. Pericles no le respondió ni una palabra. Cuando llegó a su casa, llamó a uno de sus criados y le dijo: «Toma una antorcha y acompaña a este hombre a su casa».
El comportamiento de Pericles nos recuerda al de Jesús, “quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23). Sin embargo, ¿qué corazón puede ser más sensible a la incomprensión, al desprecio, a los insultos, que el de Jesús? “El escarnio ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado” (Salmo 69:20), dijo él. Jesús, el “varón de dolores” (Isaías 53:3), tuvo palabras de bondad para sus enemigos. No hizo valer sus derechos; al contrario, renunció a ellos aceptando morir en la cruz para que nosotros pudiésemos ser salvos. Cuando estaba clavado en la cruz, oró por sus verdugos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Amigos cristianos, ¿cómo reaccionamos frente a las burlas y a todo lo que nos ofende? ¿Sabemos seguir el ejemplo de nuestro Salvador? Podemos hacerlo, no con nuestras propias fuerzas, sino “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5). Y este amor “no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad” (1 Corintios 13:5-6).
Josué 21 – Santiago 1 – Salmo 136:10-22 – Proverbios 29:1-2