Tenía dolor, fiebre alta, tos persistente, malestar general… El médico hizo su diagnóstico y prescribió una fórmula. La consulta no curó al paciente; este debía tomar el medicamento, respetando la prescripción médica.
El paciente siguió, pues, varios pasos:
Primero: reconoció que estaba enfermo.
Segundo: fue a consultar a un médico.
Tercero: aceptó el diagnóstico.
Cuarto: siguió cuidadosamente la prescripción médica.
Debemos dar los mismos pasos para sanar espiritualmente. En efecto, el hombre está enfermo: desde su nacimiento fue contaminado con un espantoso «virus» que ataca su alma y lleva en su interior la muerte espiritual. Este virus es el pecado, la incapacidad para hacer solo el bien, para someterse a Dios. ¿Quién puede tratar esta enfermedad? ¡Solo Dios! Él “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4). ¿Cuál es el diagnóstico? “Todos pecaron…” (Romanos 3:23). “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). ¿Y la fórmula? “La dádiva (el regalo) de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). Jesús “se dio a sí mismo en rescate por todos” (1 Timoteo 2:6), murió para salvarnos. “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
El único remedio contra el pecado es la fe en Jesús. Sin él estoy perdido. “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Romanos 10:9).
Josué 5 – Hebreos 7:18-28 – Salmo 125 – Proverbios 27:21-22