En una colina de Galilea, la multitud estaba escuchando las palabras de Jesús con mucha atención. Al final del día, la necesidad de alimentos se volvió apremiante, y el lugar estaba apartado. Entonces Jesús utilizó el contenido de la cesta de un niño: multiplicó los cinco panes y los dos peces que tenía. 5000 hombres, sin contar las mujeres y los niños, comieron hasta quedar saciados (Mateo 14:21).
Ante este extraordinario milagro, el pueblo se alborotó: ¡Este Jesús es el hombre que necesitamos para expulsar a los romanos y traer la prosperidad! ¡Es el Mesías prometido! ¡Hagámoslo rey! Y la multitud se preparó para tomarlo y coronarlo por la fuerza.
Pero Jesús sabía que todavía no era el momento de reinar. Entonces, en primer lugar, se ocupó de sus discípulos y los envió al otro lado del lago (Marcos 6:45). Luego “se fue al monte a orar” (v. 46). No quería ser rey de un pueblo cuyo corazón estaba lejos de Dios.
Jesús vino a darnos a conocer el reino de Dios. Jesús es Rey, pero su proyecto no es político. Él no cambió las estructuras económicas y sociales de su tiempo, sino que transformó los corazones para gobernarlos en un reino más grande y duradero que un dominio político efímero. Este reino tiene un carácter de “justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”. En este reino Dios nos conduce hoy, después de haber transformado nuestros corazones.
Jeremías 30 – 1 Corintios 5 – Salmo 101:1-4 – Proverbios 22:7