La Biblia dice que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Esto no significa que sea una copia exacta de Dios. Ninguno de nosotros es omnisciente, omnipotente y omnipresente. Tampoco somos pequeños dioses. Pero Dios dio al hombre la capacidad de relacionarse con él, en contraste con los animales y la materia.
Dios dio al hombre una inteligencia, inicialmente una misma lengua, y sobre todo un vínculo con él. También le dio emociones, la capacidad de sentir.
El hombre también tiene voluntad, la posibilidad de decidir entre varias opciones. Por lo tanto, puede decidir acercarse a Dios. Es un ser inteligente, puede comprender que Dios se preocupa por él y quiere su bien.
Cuando desafiamos una de las leyes físicas establecidas por Dios, como la ley de la gravedad, por ejemplo, hay una consecuencia: la caída. Esto también se aplica a todos los mandamientos de Dios. En el paraíso terrenal donde Dios los había colocado, el hombre y su mujer tuvieron que elegir: obedecer o desobedecer lo que Dios les había dicho. Y como el hombre y la mujer desobedecieron, ellos y sus descendientes (¡usted y yo también!) se vieron separados de su Creador. Pero Dios, en su invariable bondad, ofrece a todos un camino de retorno a él, en la persona de Jesús, aquel a quien envió al mundo. Él dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).
Jeremías 4 – Lucas 12:22-40 – Salmo 89:28-37 – Proverbios 20:16-17