John Newton (1725-1807) transportaba esclavos para venderlos en América cuando su barco fue golpeado por una espantosa tormenta. Ese terrible día volvió a pensar en Dios, de quien su madre le había hablado tantas veces. En ese momento, después de años de llevar una vida vergonzosa, se preguntó si Cristo, quien había muerto por los pecadores, podría perdonar sus muchos y horribles pecados.
Dicha actitud es el primer paso para acercarse a Dios. Simón Pedro tenía una buena opinión de sí mismo, pero en presencia de Cristo y de sus hechos, exclamó: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lucas 5:8). Asimismo, cada ser humano debe llegar al punto de verse tal como es ante Dios -culpable e incapaz de curarse a sí mismo-, para poner su confianza en la obra de Cristo.
John Newton dijo: «No podemos recibir la seguridad de la salvación hasta que sepamos cuán perversos y torcidos son nuestros corazones». Cuando llegamos a este punto, sentimos un sincero arrepentimiento, porque sabemos que hemos ofendido a Dios: “Contra ti, contra ti solo he pecado”, exclamó David (Salmo 51:4). ¡Este es el arrepentimiento! Deseamos abandonar lo que está mal en nuestras vidas. Arrepintiéndome de mis pecados, reconozco mi condición y acepto que “en mí… no mora el bien” (Romanos 7:18). Necesito reconocer sinceramente mi culpa para percibir el amor de Cristo, quien sufrió en la cruz por el pecador. Este es el camino hacia la paz con Dios, quien perdona ampliamente (Isaías 55:7).
Números 36 – Lucas 10:21-42 – Salmo 89:1-6 – Proverbios 20:8-9