En la segunda parte de este salmo, la “ley del Señor”, o su Palabra, muestra la grandeza de Dios porque responde perfectamente a las necesidades del hombre. Los testimonios, las ordenanzas, los mandamientos, los juicios, todos unidos en el nombre del Señor, actúan sobre el creyente y lo transforman: “Siendo renacidos… por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23).
Si la naturaleza da gloria al Dios Creador, la “ley” asociada al nombre del “Señor” (el que entra en relación con los hombres) también lo glorifica.
La Palabra de Dios es perfecta, sin debilidad ni fragilidad; ella viene de Dios, no de los hombres. Es “fiel”, recta, pura, es la verdad. Sus “juicios” son “todos justos”, pues las diferentes partes de la Biblia se complementan para dar toda la verdad: “La suma de tu palabra es verdad” (Salmo 119:160; véase también 2 Pedro 1:20).
La “ley” también es fructífera. Es la Palabra inspirada, viva y vivificante; produce fe en quien la recibe: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). Su función no es tanto denunciar, sino restaurar, liberar, instruir: da vida, sabiduría, gozo, aclara la vista. Este es el resultado en quien la recibe con respeto y se deja instruir por ella: obtiene así una gran recompensa. ¿No deseamos experimentar sus beneficios?
Números 21 – Lucas 2:21-52 – Salmo 81:11-16 – Proverbios 19:7-8