Recuerdo a una viuda cristiana que vivía en una residencia de ancianos. Su fe era sencilla y real. Padecía una discapacidad ligada a su edad, e incluso había perdido la vista. A pesar de estas dificultades, mostraba una gran paz interior: siempre estaba feliz, satisfecha… Estar contento, dirá alguien, es posible cuando todo va bien, pero cuando llegan los problemas… Y a menudo ¿no estamos insatisfechos por mucho menos?
Para estar contentos necesitamos, en efecto, una gracia particular que no está en nosotros. El versículo de hoy nos da la clave para encontrarla. Esta gracia acompaña a la piedad, y se manifiesta en una estrecha relación con Dios nuestro Padre y con Jesús, su Hijo, quien nos lo reveló. Es una relación de confianza, porque sabemos que él nos ama y quiere nuestro bien. Recibimos de su mano lo que él nos da, y lo que él nos da es todo lo que necesitamos. ¡Este es el contentamiento que va de la mano con la piedad!
También podemos hablar con Dios, orar, escucharle día tras día, leyendo su Palabra. El apóstol Pablo, sufriendo en su cuerpo, oyó al Señor decirle: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9).
Dios quiere enseñarnos a estar contentos: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación”, escribió Pablo (Filipenses 4:11). Para ello, mantengamos siempre la comunicación con Dios, pues la fuerza viene de él.
Números 26 – Lucas 5:17-39 – Salmo 84:5-7 – Proverbios 19:17