Este fue el último paso en descenso que llevó a Pedro a negar al Señor Jesús. En primer lugar, había afirmado audazmente que nunca negaría a su Señor, aun cuando el Señor Jesús le había dicho que lo haría (Mt. 26:34, 35). Esta actitud presuntuosa mostraba que este discípulo seguía un camino peligroso. Luego, cuando el Señor estaba orando en Getsemaní, Pedro pensó que no era necesario velar con él y se quedó dormido. Lucas 22:45 nos dice: “Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos, los halló durmiendo a causa de la tristeza”. Pedro pensó que estaba preparado para enfrentarse al enemigo y que no necesitaba orar. Cuando los soldados vinieron a arrestar al Señor Jesús, Pedro usó ferozmente su espada, y le cortó la oreja derecha a un siervo del sumo sacerdote (Jn. 18:10). En esto mostró un celo “carnal”, sin nada de coraje “espiritual” (véase 1 Co. 3:1). Y al igual que el resto de los discípulos, Pedro abandonó en ese momento al Señor y huyó (Mt. 26:56).
Sin embargo, Pedro tenía curiosidad por saber qué iba a pasar, así que, con la ayuda de Juan, entró en el patio del sumo sacerdote. Los soldados habían encendido una fogata y Pedro se sentó con ellos para calentarse. No solo tenía frío en su cuerpo, sino que su corazón también se había enfriado en relación a su Señor, además se rodeó de mala compañía. No hallaremos el verdadero calor en los fuegos de este mundo. De hecho, Pedro quería demostrarles a los impíos que era uno de ellos. Tal hipocresía tenía que quedar expuesta, y el Señor permitió que ellos hablaran con él para este propósito. Después de que Pedro lo negó por tercera vez, la mirada del Señor se cruzó con la suya, y Pedro salió afuera y lloró amargamente. A través de esta triste experiencia, Pedro aprendió que no debía confiar en sí mismo; sino que debía confiar en el Señor.