Nehemías 3 y 4 presentan una hermosa imagen del pueblo de Dios: hombres y mujeres trabajando juntos para reconstruir el muro y velando en oración contra las amenazas del enemigo. Pero Satanás siguió oponiéndose a esta obra. Entonces surgió un grave problema interno que perturbó la armoniosa colaboración e impidió que el trabajo avanzara.
Los nobles y jefes les habían prestado dinero a sus hermanos pobres para que pudieran comprar alimentos y pagar sus impuestos. Pero les habían estado exigiendo intereses, en contradicción con la Ley (Lv. 25:35-42). Estos últimos se vieron obligados a vender a sus hijos como esclavos. Comprensiblemente, este abuso a los pobres produjo un clamor de desesperación. Tan pronto como fue informado de ello, Nehemías convocó una gran asamblea y reprendió duramente a los líderes por su vergonzosa conducta, y el consiguiente mal testimonio ante sus enemigos. Nehemías y otros, conforme a su capacidad, redimieron a estos esclavos judíos. Este asunto tenía que solucionarse y se solucionó muy rápidamente.
Nehemías, como gobernador, se preocupó de dar buen ejemplo de forma pública, practicando la hospitalidad y renunciando a sus derechos y oportunidades que tenía de enriquecerse personalmente.
A los cristianos se nos exhorta a amar a nuestros hermanos “de hecho y en verdad”, y que “debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Jn. 3:18, 16). También se nos exhorta a reprender, ante todos y sin parcialidad, a los líderes que pecan abiertamente (1 Ti. 5:20).