La prueba puede ser pesada de soportar; la presión, causada por las penas o por nuestras caídas, puede producir desánimo. Pero esto es solo por un poco de tiempo, y si es necesario. No se desconcierte: Dios conoce cuál es la necesidad. No se complace en entristecernos. Pasaremos por la prueba solo si la necesidad es real, y será solo por un tiempo. El gran secreto es confiar plenamente en el amor de Dios, teniendo la certeza de que es él quien obra; reside también en no mirar a las causas secundarias y ver la mano del Señor poniendo a prueba nuestra fe.
Llegará el día en que Dios mostrará que tiene todas las cosas en sus manos, y cuando aparezca Jesucristo, entonces quedará de manifiesto que estas mismas pruebas buscaban como resultado la gloria de Dios. Este es un proceso que él está llevando a cabo en estos momentos; incluso puede implicar que seamos arrojados al “horno” para sacar a relucir la preciosidad de la fe (v. 7). No se trata de ser lavados, sino de pasar por lo que Dios considere necesario para nuestra disciplina. Él se sirve de las cosas del mundo, como el mal, el pecado y la mala voluntad del resto, como instrumentos para quebrantar y probar nuestros corazones, a fin de que obedezcamos con sencillez, y la prueba de nuestra fe sea en “alabanza, gloria y honra” cuando Jesucristo sea manifestado (v. 7b).
Si estoy de paso en un lugar, no me importará mucho si me alojo dos o tres días en un lugar incómodo. Quizás puedo desear que fuera mejor, pero eso no me importa mucho, porque sé que no es donde vivo. No vivo en este mundo, pues no soy de aquí.