No estaba permitido alimentarse de ninguna ofrenda de paz por más de dos días, porque si quien la ofrecía y los amigos a los que invitaba seguían viviendo de ella día tras día, parecería como que la persona mataba un animal para su propio festín, en lugar de hacerlo para traer una ofrenda al Señor.
Qué figura de la comunión se nos presenta en el sacrificio de paz. Dios hallaba un olor de descanso en la porción que se le ofrecía; Aarón, que rociaba la sangre, tipo del Sacerdote en el cielo, junto con sus hijos, figura de la Iglesia, también gozaban de su porción; mientras que quien ofrecía y sus amigos también se alimentaban de la misma ofrenda; mientras que lo que quedaba se quemaba con fuego. ¿Puede haber algo que describa más conmovedoramente lo que es la comunión? Qué cercanía al Padre, qué gozo, qué acción de gracias y qué adoración vemos asociados a esta comunión conjunta con Aquel en quien Dios se ha complacido y en quien ha hallado plena satisfacción.
¡Todos estos detalles nos hablan de una impresionante verdad! Aunque la gracia divina nos ha llamado, nos ha salvado, y nos ha separado para Dios por la sangre de Jesús y la presencia del Espíritu Santo, Dios, a quien ahora somos llevados, es santo. Aún él dice: “Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 P. 1:15-16). Al regocijarnos en Cristo Jesús, en quien estamos completos en cuanto a nuestra posición y cercanía a Dios, seamos conscientes de toda la provisión que él ha hecho para nosotros, con el fin de ser preservados de la negligencia en lo que respecta a nuestro estado, y, por Cristo, “ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre” (He. 13:15).