A menudo he admirado el audaz acto de fe de Jonatán cuando él solo, con la ayuda de su paje de armas, atacó una guarnición de los filisteos. Si interpretamos correctamente esta acción, esta debería animarnos a hacer compromisos de fe por el bien del reino de Cristo, y a no dejarnos abrumar por el poder del enemigo.
El estado del pueblo de Israel era deplorable. Estaban paralizados por el miedo y no podían actuar. Su rey, Saúl, no tenía fe, y las personas que lo seguían temblaban. Saúl estaba a punto de ser rechazado por Dios a causa de su desobediencia. Por si fuera poco, el enemigo se había apoderado de todas las armas de los israelitas (1 S. 13:6-7, 13, 19-22). Esta era la situación del pueblo de Dios: el enemigo tenía la sartén por el mango en todo; el pueblo estaba profundamente deprimido y vivía con miedo. Esto también puede ocurrirnos a nosotros, individualmente, o colectivamente como asamblea. El desánimo puede entristecernos de tal manera que nos faltan fuerzas para actuar.
Sin embargo, ¡vemos en Jonatán el instinto de la fe en acción! Tomó la colina con la plena convicción de que Dios estaba con él, de que la batalla le pertenece al Señor, quien puede “salvar con muchos o con pocos”. La fe siempre tiene estas características. Actuará decisiva e independientemente, mirando solo al Maestro. Prescinde de las recomendaciones de los hombres, confiando plenamente en el Dios vivo. Reconoce: “Que de Dios es el poder” (Sal. 62:11). Se fundamenta en el hecho de que el poder del enemigo no es nada comparado con el de Dios. A menudo actúa de forma poco convencional, liberándose de la tradición, apartándose de lo que siempre se ha hecho así. De esta forma, no teme ni al enemigo ni a la tradición de la religión carnal. ¿Es usted un “Jonatán”? Si no lo es, ¿aspira a ser como él!