A veces podemos ver a dos vacas o dos bueyes atados en terrenos que están siendo preparados para la siembra. Estos animales han sido puestos bajo el mismo yugo para preparar la tierra con un arado. Del mismo modo, el Señor tiene un yugo para que llevemos. Implica hacer la voluntad del Padre, llevando a cabo los pensamientos de Dios. Nos dice, por así decirlo: “Ponte a mi lado, tú que has venido a mí y has renunciado a todo”.
¿Se acuerda de los amigos de David que acudieron a él cuando estaba en una cueva? Dejando atrás sus angustias y sus deudas, siguieron a David. Los que siguen al Señor Jesús son atraídos a él y responden a su llamado. Entonces les dice: “Yo estoy con vosotros todos los días”. La presencia del Señor Jesús con su pueblo nos es presentada por primera vez en Mateo 1: “Emanuel… Dios con nosotros”. Él vino a atender las necesidades de su pueblo, y actualmente Jesús nos salva también de nuestros pecados. “Dios con nosotros” es un tema que podemos trazar a lo largo de todo este evangelio, enlazando el versículo anterior con “allí estoy yo estoy en medio de ellos” (Mt. 18:20).
Podemos comparar esto con Mateo 11:28-30. Cuando tomamos el yugo del Señor sobre nosotros, él en su gracia se pone a nuestro lado, y él, el Poderoso, es realmente el que lleva la carga. Llevar este yugo con él significa que estamos bajo su influencia para aprender a cumplir la voluntad de Dios. Él no emite toda una lista de mandatos. No, nos toma justo en donde estamos, para que así podamos aprender de él. El verbo “aprender” en este versículo implica “aprender como discípulo”. El Señor nos anima, añadiendo: “[Porque] soy manso y humilde de corazón”. No es un maestro duro, como lo eran los fariseos junto con su doloroso sistema religioso. Nuestro Señor es todo lo contrario: manso y humilde de corazón. Él nos atrae a sí mismo con estas características. Llevando su yugo, nos volveremos humildes, y también mansos y tiernos.