Los saduceos, que eran una secta judía, se opusieron frecuentemente al Señor Jesús. Una de sus principales características era que negaban la idea de la resurrección corporal. Cristo les demostró su error citando el Antiguo Testamento (Mr. 12:18-27). La doctrina de la resurrección fue “sacada a la luz” en su plenitud en el Nuevo Testamento (2 Ti. 1:10), aunque la resurrección ya había sido revelada en el Antiguo Testamento, especialmente en el libro de Job.
Este libro es uno de los más antiguos de la Biblia, pues fue escrito probablemente en la época de los patriarcas. La afirmación de Job sobre la resurrección es realmente sorprendente. Pide que sus palabras queden registradas: “¡Quién diese ahora que mis palabras fuesen escritas! ¡Quién diese que se escribiesen en un libro; que con cincel de hierro y con plomo fuesen esculpidas en piedra para siempre!” (vv. 23-24). Su petición fue respondida, ¡pues miles de años después aún las leemos! Job habla de su redentor, y nótese cómo lo hace personal al decir: “Mi redentor”. Del mismo modo, debemos apropiarnos personalmente de todas las verdades de la Biblia en cada momento; pues si la doctrina de Cristo se adquiere solo intelectualmente, y no por la fe y en el corazón, es inútil. Proféticamente, Job ve a su redentor de pie en la tierra. En estos versículos habla de Dios, pero sabemos que el redentor es el Señor Jesucristo, quien es Dios manifestado en carne (1 Ti. 3:16). Él estuvo en la tierra, y pronto regresará para establecer su reino (Zac. 14:4).
En un capítulo anterior, Job preguntó: “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?” (14:14). Y ahora responde a su propia pregunta, diciendo: “Después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios”, haciendo referencia a la resurrección de su cuerpo. ¡Qué maravilloso es ver en esto la coherencia de toda la Biblia, ¡pero también el hecho de que esta expectativa de la resurrección ha sido compartida por todos los creyentes a lo largo de los tiempos!