Pedro habló y escribió extensamente sobre los sufrimientos de Cristo, mostrando que él sufrió de dos maneras diferentes. (1) Durante su vida, Cristo sufrió de muchas maneras y en diferentes situaciones, convirtiéndose así en nuestro perfecto modelo y ejemplo, para que podamos seguirlo. (2) En la cruz, especialmente durante las tres horas de tinieblas, Cristo soportó un sufrimiento insondable para expiar nuestros pecados. Allí, como sacrificio por el pecado y como nuestro Sustituto, sufrió por nosotros, para llevarnos a Dios (3:18).
Los objetivos y resultados de su obra demuestran que Cristo es único, pues nosotros nunca podríamos haberle seguido en este camino. Siempre le estaremos agradecidos por su obra consumada, adorándolo a él y a nuestro Dios y Padre por la eternidad. Pero también podemos y debemos imitarlo en su actitud, en su amor a Dios y en su compromiso con los intereses de Dios. El llamamiento de Dios tiene lecciones prácticas para nosotros. Este llamamiento nos alienta a seguir a su amado Hijo, a tomar su yugo y a aprender de él. Su llamamiento tiene un impacto en toda nuestra vida, desde el día en que somos llamados y salvados, hasta que morimos o hasta que él regrese.
Aprendemos mucho del ejemplo de Cristo, de su obediencia, compromiso y amor por Dios, así como por los suyos, y por los perdidos. Cada paso suyo se nos presenta para instruirnos y para que lo sigamos. Además, también aprendemos mucho acerca de este llamamiento cuando consideramos los ejemplos de Abraham, los patriarcas, Moisés, y los profetas.
Tengamos siempre presentes estos dos puntos: (1) el maravilloso ejemplo de nuestro Señor Jesús, el cual nos alienta a seguir sus pisadas; (2) su sacrificio hecho una vez y para siempre, el cual nos ha convertido en adoradores, para alabanza y gloria a él y a nuestro Dios, ahora y por siempre.