Llegamos a una nueva sección del libro de Esdras. Un nuevo rey está en el trono, Artajerjes, el hijo del marido de Ester. Han pasado casi 60 años desde el regreso de los primeros cautivos que habían sido deportados a Babilonia, y unos 40 años desde la finalización de la reconstrucción del templo. Aparece un nuevo siervo del Señor, con un nuevo trabajo de corazón. Este siervo es Esdras, sacerdote y escriba, un hombre cuyos antepasados habían permanecido en Babilonia en los días de Ciro. Gracias a Dios, los cristianos no tenemos porque estar atados a la ignorancia a la voluntad de Dios ni a los fracasos de nuestros antepasados.
¡Qué gran ejemplo nos da Esdras! “Había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla, y para enseñar”. Complacer al Señor es, ante todo, un asunto del corazón. “Dame, hijo mío, tu corazón, y que tus ojos se deleiten en mis caminos” (Pr. 23:26 NBLA). Hay que buscar la voluntad de Dios con el propósito de hacerla. Una vez que hemos descubierto y puesto en práctica la voluntad de Dios, recién entonces estaremos en condiciones de enseñarla a los demás.
Como sacerdote y escriba experimentado, Esdras tenía acceso a la ley de Moisés y era capaz de leerla. Años antes, Moisés les había confiado la ley a los sacerdotes, ordenándoles a ellos y a los ancianos que convocaran al pueblo cada siete años para leérselas (Dt. 31:9-13). ¡Qué privilegio es tener nuestras propias Biblias y poder leerlas! Muchas personas no poseen este privilegio.
Esdras ya estaba listo para subir a Jerusalén y animó a otros para que se le unieran. El Señor le permitió hallar favor a los ojos del rey.