El deseo de David de llevar el arca de vuelta a Jerusalén era bueno, pero la forma en que lo hizo fue incorrecta. Se olvidó de consultar la Palabra de Dios en cuanto a la forma de transportar el arca, y recurrió al método que los filisteos habían utilizado: “un carro nuevo” (1 S. 6:7). Ningún cristiano con discernimiento espiritual podría negar que existe un orden divino en la Palabra de Dios. Las tribus de Israel estaban acampadas alrededor del tabernáculo en conformidad con una instrucción divina, y se les había dado órdenes de cómo se debía desmontar y transportar el tabernáculo; a la tribu de Leví se le encargó especialmente el transporte de sus distintas piezas. El arca debía ser llevada sobre los hombros de los coatitas. Este mandamiento no se cumplió y el resultado fue desastroso. Los hijos de Israel confesaron entonces que no habían actuado de acuerdo según el orden establecido. Y cuando trajeron el arca como Dios había ordenado, se produjo una gran alegría.
Hay un orden divino para el funcionamiento de la Iglesia, “porque Dios no es Dios de desorden, sino de paz. Como en todas las iglesias de los santos” (1 Co. 14:33 VM2020). Descuidar este orden divino para la Iglesia, establecido en las Epístolas a los Corintios, ha traído como consecuencia la confusión y el desorden, generando que cada uno haga lo que cree que es correcto a sus propios ojos.
Que Dios bendiga a los dos o tres que, en gran debilidad y oprobio, se reúnen sencillamente al nombre del Señor Jesús, y sin reconocer otra cabeza que no sea Cristo, ni otro poder que no sea el del Espíritu Santo, y sin depender más que de la Palabra de Dios. A los tales, el Señor les promete no solo su presencia, sino también su aprobación. Los tiempos cambian, pero no afectan a su Palabra, y Dios es tan inmutable como su Palabra.