El Señor le encomendó tareas especiales al apóstol Pedro, pues él era un instrumento preparado por el Maestro. Pedro era un hombre muy práctico, y les escribió a todos los creyentes para que crecieran “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 P. 3:18). Crecer es el mejor remedio contra los esfuerzos del enemigo, quien busca estorbarnos o derribarnos (véase Ef. 4:14-16).
El propósito, el consejo y la gracia de Dios son suficientes para proveer todo lo necesario para afrontar aceptar todos los desafíos. Mediante su llamamiento, Dios nos ha sacado de este mundo que yace bajo el maligno y cuyo líder es Satanás, el dios de este siglo. El llamamiento de Dios también nos ha puesto en el camino que lleva a la gloria eterna. Pedro insiste en que este llamamiento proviene del “Dios de toda gracia”, pues él mismo es su fuente. En Dios están todos los recursos que necesitamos para salvarnos y andar por el camino de la fe. Nos conduce a nuestro destino celestial, que es su gloria eterna. Estos planes se llevan a cabo “en Cristo Jesús”, porque lo que hemos recibido ha sido forjado por él en su obra consumada. La expresión “en Cristo Jesús” incluye también la obra que, en su gracia, realiza ahora en nosotros por medio del Espíritu Santo.
Mientras que el camino de Dios nos conduce a nuestro destino eterno, por nuestra parte se necesita fe, y esto involucra sufrimiento. Mientras estemos en la tierra, estaremos en la escuela de Dios, donde aprenderemos muchas lecciones. Este entrenamiento, bajo su control, nos lleva a una perfección práctica (no a una perfección sin pecado). El propósito de este ejercicio es hacernos comprender prácticamente, en nuestra vida actual, la posición en la que hemos sido puestos en Cristo, conformándonos a su imagen. Este proceso nos permite convertirnos en cristianos más fuertes, que han aprendido a confiar en Cristo y a recibir de él todo lo que necesitan.