El Señor Jesús había llamado a sus discípulos a dejar las redes y seguirlo (Mr. 1:16-20). Pero ahora había llegado el momento de dejar definitiva e irrevocablemente su oficio de pescadores para seguir a Cristo. Sin embargo, antes de eso, debía haber una obra de consagración más profunda en sus corazones -especialmente en Simón Pedro, quien era su líder natural.
El Señor Jesús había utilizado la barca de Pedro como púlpito, y luego le dijo que llevara la barca a aguas más profundas y que echaran las redes (v. 4). La queja de Simón ante esta orden es comprensible. Habían trabajado toda la noche, cuando los peces están más cerca de la superficie, y no habían pescado nada. ¿Por qué, entonces, iban a esperar capturar algo en el calor del día, cuando los peces estaban en el fondo? Además, Simón y sus compañeros estaban cansados y hambrientos; solo querían ir a casa y dormir. ¿Qué puede saber el Maestro acerca de este oficio? Sin embargo, él obedeció la petición del Señor. Sus redes se llenaron instantáneamente, ¡e incluso se rompían!
Esta enorme pesca fue una revelación para Simón Pedro. Se dio cuenta que Cristo tenía poder sobre la creación. Quizás le vino a la mente las palabras del Salmo 8: “Todo lo pusiste debajo de sus pies… los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar” (vv. 6-8). Jesús, que podía ver en el fondo del lago, también podía sondear las profundidades del corazón contaminado de Pedro. Consciente de que estaba en presencia de una Persona divina, Pedro se dio cuenta de su indignidad, al igual que el profeta Isaías que, teniendo una experiencia similar, exclamó: “Soy hombre de labios inmundos” (Is. 6:5 NBLA); o como Job que, ante la revelación del poder del Señor en la creación, solo pudo balbucear: “He aquí yo soy vil” (Job 42:6). Lo que estos tres hombres tienen en común es que vieron la gloria de Cristo. Así como Isaías estaba dispuesto a dar testimonio, y Job a orar por sus amigos, ¡Simón Pedro estaba ahora dispuesto a dejar sus redes y seguir a Jesús!