Cuando Esdras reunió a los que se dirigían a Jerusalén junto al río Ahava, no encontró a ningún levita entre ellos (v. 15). Es triste decirlo, pero los hombres llamados por Dios a su servicio son escasos en la mayoría de los grupos que buscan conocer la forma en que Dios quiere que su pueblo se reúna. Pero Esdras, eventualmente, encontró levitas “sirvientes del templo” (v. 17), y para acompañarlos, netineos (leñadores y aguadores, personas que realizaban los servicios más humildes). Hoy en día también se necesitan obreros con un corazón dispuesto.
Antes de emprender el largo viaje, Esdras proclamó un ayuno para humillarse y buscar el “camino derecho” para ellos, sus hijos y sus posesiones. Años antes, el Faraón había intentado llegar a un acuerdo con Moisés, tratando de impedir que los israelitas salieran de Egipto. Su propuesta fue: “Dejen sus hijos y sus posesiones aquí” (véase Éx. 10). Moisés no cayó en esta trampa, ni tampoco lo haría Esdras. En aquellos días, Dios ya no guiaba a su pueblo mediante una columna de nube o de fuego. De forma similar, desde el comienzo de la era cristiana, ya no hay señales y prodigios como los que hacía Dios entonces. Pero Dios sigue respondiendo a las oraciones sinceras y humildes de su pueblo.
Su pueblo no necesita recurrir a las autoridades para que lo protejan. A Esdras le dio vergüenza pedir al rey una escolta militar. Había sido testigo del fiel cuidado de Dios por su pueblo. Una vez más, Dios protegió fiel y magistralmente a los que confiaron en él. Todo el grupo de viajeros, con sus niños, bienes y tesoros, llegaron sanos y salvos a su destino.