En un día futuro, estas palabras llegarán a Israel como un rayo de luz al final de un largo período de oscuridad. Habiendo pasado por el “tiempo de angustia para Jacob”, un tiempo de sufrimiento sin precedentes, el pueblo experimentará la restauración de Dios. Entonces sabrán que sus heridas pueden ser sanadas, por muy graves que sean, y que su salud puede restablecerse, aunque su vida haya quedado destrozada.
Estas palabras no solo se aplican al futuro. Los cristianos de hoy en día sufren heridas que no se pueden curar, y están rodeados de gente que no los entiende. Algunos han sido abusados y maltratados en su niñez. Otros han sido profundamente heridos por otros cristianos. Otros se han sentido amargados y desilusionados por un matrimonio infeliz. ¿Existe realmente un remedio para estos casos?
Consideremos tres cosas. En primer lugar, las heridas de Israel no fueron superficiales. Dios había calificado previamente sus dolencias como incurables y sus heridas como graves. En segundo lugar, las cosas y personas a las que podrían haber recurrido (medicinas y amantes) no les habrían ayudado. En tercer lugar, sus heridas eran consecuencia de sus propias iniquidades; Dios mismo se las había infligido. Aunque nos inflijamos nuestras propias heridas, no desechemos esta realidad demasiado rápido: Dios aún está al control. Él ha permitido todo lo que nos ha sucedido, y todo obrará para nuestro propio bien (cf. Ro. 8:28).
Comprender esto es el primer paso a la sanidad. El segundo paso es darse cuenta de que solo Dios puede restablecer la salud y curar los corazones rotos. Puede utilizar a otras personas para ello, pero son solo instrumentos en sus manos. El tercer paso es dejar la autocompasión y la amargura, confesando en qué nos equivocamos, y perdonando a los que nos han hecho daño.