Hemos visto que la verdadera libertad cristiana nos permite servir al Señor, no por miedo y obligación, sino por gratitud y amor. Nos permite centrarnos en los demás y no en nosotros mismos.
¡El versículo de hoy nos muestra cómo encontrar esta libertad! ¡La encontramos cuando nos enfocamos en la Persona de Cristo! En el contexto de 2 Corintios 3, Pablo insiste en que Cristo es la clave del Antiguo Testamento. Muchos ven en este versículo 17 una clara declaración de la deidad del Espíritu Santo, pero lo que hay que destacar en este pasaje es que todos los tipos y sombras del Antiguo Testamento hallan su cumplimiento en Cristo. Por lo tanto, este versículo realmente nos está alentando, diciéndonos que donde se reconoce a Jesucristo como Señor, ¡allí hay libertad!
Romanos 8:15 nos recuerda que el Espíritu Santo nos introduce a una vida de libertad: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”. El trabajo del Espíritu Santo en nuestras vidas es dirigirnos a la persona de Cristo (Jn. 16:13-15). Al contemplarlo, somos transformamos a su imagen (2 Co. 3:18) para que su luz en nosotros brille en el mundo perdido en el que vivimos (2 Co. 4:1-7).
Pablo fue un maravilloso ejemplo de ello, como vemos en 2 Corintios 4:7-11. ¡Él vivió la realidad de la verdadera libertad cristiana! Llevó la muerte del Señor Jesús en su cuerpo, ¡para que así la vida de Jesús también se manifestara en su cuerpo! Estaba dispuesto a que su “vaso de barro” se rompiera para que la luz del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo pudiera verse a través de él. ¡Esta es la libertad de Cristo!