¿Se ha preguntado alguna vez qué fue lo que sostuvo a Moisés durante los difíciles años que vivió como líder del pueblo de Israel? ¿Fue el entrenamiento que recibió en Egipto, o tal vez su propia fuerza?
¡No! Más de una vez Moisés quiso abandonar su función debido a la presión a la que estaba sometido, pero fue fortalecido por la promesa de la presencia de Dios con él.
Cuando Moisés murió, Josué se convirtió en el líder del pueblo de Israel, y el Señor le hizo la misma promesa que a Moisés, la cual quedó registrada en el primer capítulo de Josué. Ambos hombres necesitaban esta promesa para ayudarlos a liderar al pueblo y a luchar en las batallas que surgieran.
Hoy en día, los cristianos también se enfrentan a muchas batallas y, a veces, las tareas que tienen por delante les parecen abrumadoras. Pero tenemos las mismas promesas en las que estos dos siervos de Dios se regocijaban y se apoyaban. El Señor Jesús dijo: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28:20). También leemos: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre” (He. 13:5-6).
Es reconfortante saber que el cristiano nunca está solo. La fuerza para luchar las batallas o llevar cargas no es nuestra. Viene del Señor. No importa cuán pesada sea la carga o cuán difícil sea la lucha, el Señor Jesús está con nosotros y no debemos temer, porque él es quien nos ayuda. ¡Tenemos que someternos a él y permitirle que realice lo que hoy quiere producir en nosotros y por medio nuestro!