Este pasaje es conocido como “un nuevo Edén”, un verdadero paraíso de Dios, y sí que lo es. El antiguo Edén era bello, con toda su variedad de frutos que eran buenos para comer, y Dios estaba allí; pero nuestros primeros padres perdieron su derecho de estar allí a causa de su desobediencia, y fueron expulsados, y la espada encendida del querubín revoloteaba para guardar la entrada y prevenir cualquier intento de volver de parte de los pecadores.
Pero aquí se nos abre un nuevo Edén, y la entrada a él es por medio de la cruz de nuestro Señor Jesucristo; por esa cruz se nos ha abierto ampliamente la entrada a este paraíso, donde todo es bueno, lleno de bellezas en medio de las que podemos pasear; y frutos gloriosos de los que podemos disfrutar -cosas verdaderas y honestas, justas y puras, amables y de buen nombre, virtudes y cosas dignas de ser alabadas.
¡Qué fruto! ¡Qué bendiciones nos esperan en este Edén! Todo es Cristo, y mientras nos gozamos en su amor, y nos alimentamos de él, y nuestras almas viven y se pasean en medio de las glorias de su Persona, el Dios de paz estará allí y caminaremos con él y él con nosotros. Y el gran apóstol, que conocía y amaba este paraíso de Dios, no tiene más palabras que añadir, limitándose simplemente a insistirle a los creyentes a que entren en él; es su punto final -“por lo demás”. ¿Y qué más necesitamos aparte de esto? “Por lo demás, hermanos… en esto pensad”.