Este solemne relato muestra que, si bien el poder de Satanás es terrible para el hombre, la presencia de Dios le es intolerable, aun cuando se manifieste con poder y gracia para liberarlo. Alguien ha dicho: “Tenemos más miedo de Jesús y de su gracia que del diablo y de sus obras”.
Los hombres de la ciudad, que “salieron a ver qué era aquello que había sucedido” (v. 14), se encontraron inmediatamente con la evidencia de la gracia y el poder de Jesús. Encontraron a este hombre, que durante mucho tiempo había sido un azote para su territorio, “sentado, vestido y en su juicio cabal”. ¡Maravillosa imagen de una persona verdaderamente convertida, liberada del terrible poder de Satanás, y llevada a descansar a los pies de Jesús! Este hombre ya no está desnudo y expuesto al juicio, sino “vestido”; está libre de acusaciones, justificado ante Dios, Cristo es su justicia; y ahora está “en su juicio cabal”, reconciliado con Dios y ya no siente odio contra él.
Luego leemos que “tuvieron miedo”. ¡Qué comentario tan adecuado para los hombres de este mundo! Cuando ven que Dios se ha acercado mucho a ellos, tienen miedo. El hombre culpable siempre tiene miedo de Dios. Adán, después de su caída, tuvo miedo; en el Sinaí, los israelitas tuvieron miedo, y estos gadarenos también. Sea cual sea la forma en que Dios venga, ya sea como visitante en el jardín del Edén, en su majestad en el Sinaí, o lleno de gracia como en Gadara, la presencia de Dios es insoportable para el hombre culpable. La gente prefería a los demonios, al endemoniado y a los cerdos, en lugar del Hijo de Dios, aun cuando este estaba allí, lleno de poder y gracia para liberarlos. Entonces leemos que “comenzaron a rogarle que se fuera de sus contornos”, y Jesús lo hizo. Él accedió a su petición, y se fue de allí.