A menudo oímos hablar de la libertad cristiana, pero ¿qué es la verdadera libertad cristiana? ¿Es la libertad de hacer lo que queremos? ¿En qué se basa y dónde se encuentra esta libertad? ¿Cuáles son los obstáculos para la libertad bíblica?
En Romanos 3 al 8 aprendemos que hemos sido liberados de la culpabilidad del pecado, de la esclavitud de la ley y del poder del pecado. En Gálatas 2 al 6 se nos dice que hemos “muerto a la ley” y que hemos sido “crucificados juntamente con Cristo” (2:19-20); también que hemos “crucificado la carne” (5:24) y que estamos crucificados al mundo (6:14). La verdadera libertad cristiana es la libertad de la nueva naturaleza que ama obedecer y hacer la voluntad de Dios. Es cierto que la carne, si no se la reconoce como muerta, puede utilizar esta libertad como una licencia para hacer cualquier cosa, pero esta no es la verdadera libertad en Cristo. La verdadera libertad no pregunta: “¿Puedo hacer esto o aquello, o se le permite a un cristiano hacer tal cosa?”.
El capítulo 14 de Romanos demuestra qué es lo que motiva a la verdadera libertad. No es la libertad para hacer lo que uno quiera, sino, ante todo, la libertad de hacer lo que mi Señor quiere que haga. En Romanos 14:6-9 encontramos, al menos ocho veces, la palabra “Señor”. La clave de la verdadera libertad cristiana radica en comprender que ya no me pertenezco a mí mismo y que he sido comprado con la preciosa sangre de Cristo (1 Co. 6:19-20; 1 P. 1:18-19). Mi vida ya no me pertenece, ya no vivo para mí, sino para Aquel que me amó y se entregó a sí mismo por mí.
En Romanos 14 también aprendemos que mi libertad en Cristo no se trata de hacer lo que me beneficia, sino de buscar lo que edifica y fortalece a otros (vv. 13-23). La verdadera libertad cristiana no consiste en servirme a mí mismo y vivir como me agrada. La verdadera libertad trae verdadero gozo al poner a Jesús en primer lugar, a los demás en segundo lugar y a mí mismo en último lugar.