Mardoqueo le había dicho a Ester que no debía pensar que, por su posición de reina, se libraría de la muerte que les esperaba a los judíos. Le preguntó: “¿Quién sabe si para esta hora has llegado al reino?” (v. 14). Ester reaccionó positivamente a su apelación, y le pidió que ayunara por ella con los judíos de Susa, pues iba a entrar en la casa del rey y arriesgaría su vida.
Unos días más tarde, Amán llegó a su casa todo radiante, jactándose de haber tenido el extraordinario honor de ser invitado, al igual que el rey, a un banquete en el palacio de la reina Ester. ¡Y al día siguiente se repetiría lo mismo! Pero su alegría se estropeó ante la negativa de Mardoqueo de levantarse e inclinarse ante él. Su mujer y sus amigos le aconsejaron que preparara una horca y que, con el permiso del rey, colgara a Mardoqueo en ella, y que entonces podría ir y disfrutar del banquete de la reina. Esos malos consejos siempre provienen de aquel de quien nuestro Señor dijo: “Él ha sido homicida desde el principio” y que “no viene sino para hurtar y matar y destruir” (Jn. 8:44; 10:10). Satanás no valora la vida humana. ¡Cuántas vidas inocentes han sido sacrificadas en este mundo por hombres despiadados, ávidos de poder e inspirados por Satanás!
¡Qué diferencia con nuestro Señor! No solo arriesgó su vida, sino que la dio para que tuviéramos vida eterna. Entonces, ¡qué importante es que nos neguemos a nosotros mismos -simbolizado por el ayuno- y oremos insistentemente para que muchos pecadores lleguen a confiar en Cristo como Salvador!