Satanás, el dios de este siglo, obtuvo una aparente victoria en la cruz. El poder de las tinieblas, combinado con la voluntad del hombre, expulsó del mundo al único Hombre que podía decirnos quién y qué es Dios. Y ahora la gloria de Dios, en el rostro de Jesucristo, está oculta para la mayor parte de la tierra -las tinieblas están sobre toda la humanidad.
Sin lugar a dudas, la mayor parte del mundo es pagana o musulmana y solo en una parte muy pequeña de la cristiandad se lee la Palabra de Dios. Pero las fortalezas de Satanás llegan a ser cosas débiles en presencia de Jesús, el que una vez fue crucificado, pero que ahora está glorificado. El poder de Satanás no puede seguirlo al lugar donde él se ha ido, y cuando un hombre cree en Cristo y toma conciencia de su posición, triunfa en la victoria de su Señor. En adelante, la incredulidad y la superstición religiosa son para él las criaturas de esa oscuridad que el dios de este siglo gobierna, y mediante la cual influye en las mentes de los incrédulos. La fe cristiana vence las tinieblas: se fija en Aquel que está en la gloria.
No hay ningún velo en el rostro de Jesús en lo alto. Allí todo es amor, gracia y gloria. No hay ni una sola sombra en su rostro, y no debe quedar ni una sola duda en el corazón de los suyos. Sabemos que no sería el Hombre glorificado en el cielo si no hubiera sido el Hombre crucificado en la tierra. No lo vemos con las tablas de la ley en sus manos; lo vemos con sus manos una vez traspasadas por nuestros pecados, y la gloria de Dios resplandeciendo en su rostro, mostrándonos que todo está cumplido, que nuestros pecados han sido quitados y que Dios es magnificado. Sabemos que somos aceptos en Aquel que se entregó por nosotros. ¡De manera que, la gloria de Cristo, son buenas nuevas para su pueblo!