Nuestra naturaleza caída está marcada por el egoísmo: “Todos buscan lo suyo propio” (Fil. 2:21). Cuando el amor de Dios se desvanece en el alma, entonces el yo entra en el lugar vacante y, de una u otra forma, sigue reinando.
Jesús resalta como nuestro modelo a seguir. Él es una excepción magnífica y única en medio de un mundo de egoísmo. Su vida fue una vida de continua abnegación. Aunque realizó milagros para satisfacer las necesidades de los demás, él nunca ejerció su poder para sus propias necesidades. ¡Qué diferencia con la mentalidad que generalmente prevalece en el mundo!
¿Hemos aprendido a los pies de Aquel que no se agradó a sí mismo? ¿Morimos diariamente -tanto al yo como al pecado? ¿Nos proponemos utilizar nuestro tiempo, talento y oportunidades para la gloria de Dios y el bien de nuestros semejantes? ¿O preferimos buscar nuestros propios intereses en lugar de honrar a nuestro Salvador y hacer más feliz a otra persona? Podemos imitar a Cristo realizando muchos pequeños actos de bondad y buena voluntad, mostrando un generoso interés por el bienestar y las actividades de los demás.
En todo esto, evitemos la ostentación, la cual es una forma repulsiva del yo. Preparémonos para permanecer ocultos, sin hacer sonar la trompeta ante nosotros. El evangelista Mateo hizo una gran fiesta que fue honrada con la presencia del Señor (Lc. 5:29), ¡pero en su evangelio no dice ni una palabra al respecto!
Busquemos vivir como Jesús, de manera más constante y habitual. Si él hubiera buscado agradarse a sí mismo, ¿dónde estaríamos hoy!