La “Asamblea A” realmente no tiene problemas, al menos según la percepción de sus miembros más presumidos. Las reuniones se desarrollan con normalidad, se predica la Palabra. Sin embargo, como la gente se niega o ignora la existencia de una disminución del vigor espiritual, la brecha entre el principio y la práctica tiende a crecer. Nadie se da cuenta, excepto los más jóvenes. Muchas asambleas locales, muy similares a esta, han “proseguido bien” hasta… desparecer.
La “Asamblea B” probablemente crezca y prospere. Centrada en el crecimiento numérico, hará todo lo necesario para cumplir este objetivo. Todo lo que es nuevo o diferente se califica automáticamente como bueno, mientras que lo que se practica desde hace mucho tiempo se le considera entorpecedor y obsoleto. Entre las muchas cosas que ocurren, puede pasar desapercibido que algunas verdades impopulares dejan de exponerse e incluso se rechazan; que se busca cada vez más la aprobación y el reconocimiento de la mayoría; que se enfatizan los métodos y los efectos más que la búsqueda de madurez en Cristo. Tales asambleas no desaparecen -pero cambian como camaleones.
La “Asamblea C”, en cambio, se compara con lo que dice la Palabra de Dios y se arrepiente. Reconoce su falta de predicación del evangelio, de enseñanza de la Palabra, de atención pastoral, y clama al Señor por ayuda. No cree que la complacencia o el cambio constante sean la respuesta a sus problemas, sino Cristo. Vuelve a abrir su corazón al Señor, a aquel a quien Dios “lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia” (Ef. 1:22), y comprende que solo él es suficiente. Estas asambleas pueden parecer exitosas o no a los ojos de las personas, pero gozan de la presencia y la aprobación de su Señor.