Algunos cristianos tienen la noción de que, aunque somos salvos por gracia, debemos vivir por la ley. El creyente obedecería así la “ley moral”, la cual se convertiría en el objeto de su corazón y en la fuerza para su caminar. Sin embargo, ¡no hay nada más alejado de la verdad bíblica que este pensamiento, el cual se ha extendido largamente entre los cristianos! Sin duda que es una idea que escuchamos comúnmente, pero su popularidad no la hace bíblica.
A través de la obra que Cristo cumplió en la cruz, podemos ver cuál es la disposición de la gracia de Dios, y esto, a su vez, nos impulsa a complacerlo en todos nuestros caminos. Sin embargo, algunos dirán que para agradar a Dios debemos recurrir a la ley. Pero cuando acudimos a la Biblia, ¿qué encontramos? El apóstol Pablo escribió: “El pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Ro. 6:14). Como ex-fariseo y “hebreo de hebreos”, Pablo, más que nadie, sabía lo que la ley podía y no podía hacer. Él declaró categóricamente que el pecado no tiene dominio sobre nosotros porque estamos bajo la gracia y no bajo la ley. Y fíjense en esto: el apóstol no está hablando de la justificación en esta parte de Romanos, sino de cómo alguien que ya es salvo puede ser liberado del poder del pecado.
La Epístola a los Romanos contiene dos partes principales: La primera parte (caps. 1-5:12) trata el tema de la justificación, a saber, cómo los pecadores pueden ser declarados justos delante de un Dios santo. Pero en la segunda parte (caps. 6-8) aprendemos cómo aquel que ya está justificado puede obtener la victoria sobre el poder del pecado. La respuesta es: GRACIA. Conocer y reconocer esta gracia produce en nosotros adoración y obediencia.
La ley tenía un propósito: demostrar que somos pecadores sin remedio, pero no tiene poder para darnos la victoria sobre el pecado (véase Ro. 4:15; 5:20; 7:7, 13; Gá. 3:19, 21, 24). La verdadera victoria del cristiano es que el carácter de Cristo se reproduzca en su vida por obra del Espíritu Santo.