Todos los que hacen compras en un supermercado saben que antes de salir hay que pasar por la caja. Allí se paga todo lo que uno lleva en el carro.
El mundo donde vivimos es como un «supermercado», el cual puede satisfacer todos nuestros deseos egoístas. El dueño de este enorme almacén es el diablo, pues es “el príncipe de este mundo” (Juan 14:30). Sus ofertas son muy variadas… Cada uno encuentra lo que busca, según sus gustos. Al lado de la sección de placer y disfrute, también está la del dinero, de posesiones. En otro rincón se ofrecen incluso horóscopos y espiritismo. ¡Es difícil no satisfacer nuestros deseos… !
Más allá del costo económico, a menudo estos placeres nos conducirán a un gran vacío interior, a diversas adicciones, a la decadencia física o psicológica, y a veces a la desesperación, que es una trampa de Satanás para desviarnos del camino de la vida eterna. En esta situación desesperada solo Uno puede y quiere ayudarnos: ¡Jesús, el Hijo de Dios, quien vino a la tierra para destruir las obras del diablo! (versículo de hoy). Él puede liberarnos de las garras de Satanás y quitarnos el peso de nuestros pecados.
Cada persona debe tomar la decisión: ¿Prefiere usted desperdiciar su vida satisfaciendo esos deseos egoístas que lo esclavizan? O, ¿está dispuesto a poner su fe en el Hijo de Dios, quien le ofrece gratuitamente el perdón, la libertad y la vida eterna?
Jeremías 3 – Lucas 12:1-21 – Salmo 89:19-27 – Proverbios 20:14-15