Jesús declaró: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). Hay quienes se oponen a sus palabras y permanecen en las tinieblas. Pero los que creen en él dieron el paso fundamental. Así se estableció una relación con Jesús; recibieron el perdón de sus pecados y una nueva vida, la vida eterna.
Sin embargo, Jesús habló de un segundo paso: es necesario perseverar en su enseñanza para alcanzar la libertad. Sus oyentes no entendieron este llamado a la libertad (versículo de hoy). Por ello respondieron con orgullo: “Jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres?” (Juan 8:33). Pensaban que eran libres porque pertenecían al pueblo de Israel. Pero para Jesús la libertad no consiste en pertenecer a un grupo, sino en no ser dominado por el mal. Jesús les prometió esta libertad mediante un vínculo con él; pero ellos objetaron que tenían su propia nacionalidad, su religión; hicieron valer su propia familia espiritual.
A veces consideramos nuestra pertenencia a tal o cual iglesia como la «prueba» de nuestra salvación y fidelidad cristiana. Pero lo que importa es nuestra relación con el Señor. ¡Solo Cristo nos hace libres! ¡La verdadera libertad se vive en una relación con Jesucristo, por medio del Espíritu Santo!
Números 34 – Lucas 9:44-62 – Salmo 88:8-12 – Proverbios 20:4-5