–No, no tengo fe; me gustaría tenerla, pero no me ha sido dada; te envidio…
–Perdone si te interrumpo, pero, ¿es posible vivir sin fe? Esta mañana encontraste el periódico y el correo en el buzón. Lo estabas esperando, sabías que llegaría. Trabajas en una empresa y confías en que te pagarán a final de mes. Has hecho un pedido en línea con una transferencia bancaria, y no tienes ninguna duda de que lo recibirás. Has concertado citas, confiando en que se cumplirán. Admites que normalmente deberíamos confiar en los demás, pues de lo contrario la vida en sociedad sería imposible. Sin embargo, algunas veces has sido decepcionado en tus expectativas, se ha perdido un pedido, se ha incumplido una cita, se ha roto una promesa…
Estos incidentes no han disminuido tu confianza. ¿Sería más prudente confiar en los hombres que en Dios? La Biblia afirma que “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta” (Números 23:19).
Tal vez lo que te detenga no sea la imposibilidad de creer. ¿Acaso tu vida no está hecha de confianza en el prójimo? Lo que te detiene es dar ese primer paso de confianza en Dios, quizá por miedo a que él tome el control de tu vida. Pero, ¿has comprendido que Dios te ama?
“Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jeremías 31:3).
Números 33 – Lucas 9:21-43 – Salmo 88:1-7 – Proverbios 20:2-3