Todos hemos orado por ciertas situaciones, o por ciertas personas, sin ver resultados. A veces esto puede ser desalentador. Pero en lugar de rendirnos, debemos examinar nuestras vidas y ver si necesitamos hacer algún cambio. Para que nuestras oraciones sean efectivas, debemos tener un corazón que esté en sintonía con Dios. Efesios 4 nos insta a ser “benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros”, siendo sinceros al interceder (Ef. 4:32).
Nuestras oraciones son un puente entre nuestras necesidades y los abundantes recursos de Dios. Para ser verdaderamente compasivos en nuestras súplicas, debemos mirar a los demás a través de los ojos de Jesús. Cuando entendemos el dolor que las personas llevan en su interior, nuestra misericordia hacia ellos se despierta y podemos orar con mayor pasión, comprensión y emoción. Oremos para que nosotros y aquellos por quienes oramos permanezcamos en el centro de la voluntad de Dios. Él conoce lo que es mejor para cada persona y cómo acercarla más a sí mismo. ¿Estamos dispuestos a ser instrumentos en manos de Dios para suplir las necesidades de otros? ¿Permitiremos que Dios se glorifique a través de nosotros?
No debemos desanimarnos y dejar de orar. Debemos perseverar, incluso si no vemos resultados inmediatos. Al persistir en la intercesión, ya sea por una situación o por otra persona, nuestros corazones se unen más estrechamente con Dios. Esto, en sí mismo, es un consuelo para los necesitados. La oración nos une al Padre y a otros en amor y comunión. Es un vínculo espiritual que trasciende esta vida, y será una bendición para nosotros y para aquellos por quienes intercedemos.