Dios tiene una razón mucho mayor que nadie para estar enojado con la continua desobediencia de innumerables multitudes de la humanidad, sin embargo, él se ha mostrado sorprendentemente lento para la ira. Si su ira se mostrara de acuerdo con su verdad y justicia, seguramente destruiría totalmente al hombre de la faz de la tierra. Él no ignora el gran pecado de la humanidad, sino que es maravillosamente paciente al soportarlo. Sin embargo, llegará el día en que deberá descargar su ira en un juicio imponente y terrible.
Mientras tanto, busca la bendición más pura y vital de sus criaturas. Por precepto y ejemplo, les enseña los principios profundamente importantes que son los atributos mismos de su propia naturaleza. La verdad y la justicia tienen ciertamente su lugar en esta enseñanza, pero la paciencia es igualmente importante y es algo que todos deberíamos apreciar y cultivar profundamente. Puesto que Dios ha sido tan paciente con nosotros, ¿no deberíamos también ser lentos para la ira cuando otros nos someten al trato más injusto?
Lo más importante en esto es la estimación que Dios hace de nuestra lentitud para la ira. Él nos ha dado un espíritu y un alma, y espera que tengamos un control adecuado de cada uno de ellos, al igual que espera que controlemos las acciones de nuestros cuerpos. Cuando somos tratados injustamente por otros, nuestro primer impulso es a menudo responder en defensa propia. Si pienso: «Le haré lo que él me hizo a mí», entonces me hago tan malo como el ofensor. En cambio, cuando alguien actúa o me habla mal, debería darme cuenta de que en realidad se está haciendo más daño a sí mismo que a mí con sus acciones o palabras.
Controlar nuestro temperamento es una conquista mejor que conquistar una ciudad. Que a nosotros, que conocemos al Señor, se nos conceda la gracia de ser verdaderamente lentos para la ira, pero prontos para escuchar la Palabra de Dios y obedecerla.