La sentencia era justa, las pruebas de la culpabilidad de la mujer eran ineludibles y la Ley era clara; pero ¿quién iba a ejecutar la sentencia demandada en la Ley? Jesús respondió: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (v. 7). ¿Quién podría decir: «Yo estoy libre de pecado»? Y si ninguno de ellos podía decirlo, entonces ninguno de ellos estaba exento de la misma sentencia que la mujer, pues “la paga del pecado es muerte” (Ro. 6:23).
Quizá usted pueda persuadirse a sí mismo de que no es tan malo, o pueda observar a otros que son claramente peores que usted, pero ¿acaso no es usted un pecador? ¿No le dice su propia conciencia: «No estoy completamente libre de pecado»? En ese caso, la sentencia es la muerte. Dios no puede mentir. Esa es su sentencia.
Ahora, si solo escucháramos que Dios es justo, no habría esperanza. Pero gracias a Dios, él es “un Dios justo y salvador” (Is. 45:21). Él ha condenado, y también tiene el poder para ejecutar la condena; pero la pregunta crucial es: ¿Puede perdonar? “Y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio” (v. 9). La mujer estaba ante Aquel que sí podía decir que era “sin pecado”, y que, por lo tanto, podía lanzar la primera piedra. La Ley ya la había condenado, ¿la ejecutaría él? Le dijo: “Yo tampoco te condeno. Vete, y no vuelvas a pecar” (Jn. 8:11).
El Señor no le dio un perdón condicional. No le dijo: “Si prometes que no vas a volver a pecar, entonces no te voy a condenar”. No, primero le otorgó un perdón completo y total. Él sabía que esto la ayudaría evitar el pecado en el futuro. Si usted desea tener poder sobre sus pecados, primero debe experimentar el perdón completo de Dios a través de Cristo. Por medio de la fe en Jesús, usted es justificado gratuitamente de todas las cosas y tiene paz para con Dios (Ro. 5:1). Que su paz provenga de la fe en la sangre derramada por Cristo en la cruz, porque él ha hecho la paz (Col. 1:20).