Cuando fijamos nuestra vista en el Señor Jesús en los cielos, recibimos todo lo que necesitamos de él. Además, somos transformados “de gloria en gloria”. Cuando recordamos al Señor Jesús en el primer día de la semana, nos concentramos en su muerte hasta que él vuelva (1 Co. 11:26). En el cielo ya no necesitaremos los símbolos que usamos ahora (el pan y la copa), pero sí continuará eternamente nuestra contemplación y meditación en el sacrificio de Cristo en la cruz. Sin duda alguna, estaremos contemplando constantemente la gloria del Señor.
El Espíritu Santo es el agente divino que desea enseñarnos y guiarnos (Jn. 14:26; 16:13). Esta transformación ocurre a medida que nos sometemos al Señor, a su control, liderazgo y autoridad moral. De esta manera, estamos en constante proceso de formación, así como Pablo lo estuvo en la escuela de Dios. Al mismo tiempo, esta transformación, o metamorfosis, es parte del plan de Dios para nosotros desde antes de la creación del mundo. Su propósito es que seamos hechos semejantes al Señor Jesús glorificado, que seamos transformados y conformados a la imagen de su Hijo (Ro. 8:29). Así como una oruga se convierte en una crisálida, para luego ser una mariposa completamente transformada a la luz del sol. Este sorprendente proceso de la naturaleza, tan complejo y precioso, da testimonio de la gloria de Dios en la creación.
Ahora que formamos parte de la nueva creación, la gloria del Señor en el cielo se refleja en nosotros. Esto produce un cambio en nosotros y brilla a través de nosotros hacia los demás. Al igual que las plantas se vuelven hacia la luz del sol, o como las mariposas, Dios ilumina nuestros corazones con el conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.