Hay dos cosas que constituyen el gozo de un cristiano; son para él su fortaleza para el camino y el objeto constante de su corazón: la primera es la comunión con Dios el Padre y con su Hijo Jesucristo. La segunda es la esperanza de la venida del Señor. Estas no pueden separarse sin que ello traiga pérdida para nuestras almas, ya que sin ellas no podemos obtener todo el beneficio que está a nuestra disposición.
Si no estamos esperando la venida del Señor, nada más nos podrá separar de este presente mundo malo como lo hace tal esperanza. Si no esperamos al Hijo de Dios venir de los cielos, entonces Cristo no será el objeto de nuestras almas, ni tampoco seremos capaces, en la misma medida, de captar la mente y los consejos de Dios con respecto al mundo.
Por otra parte, si poseemos esta esperanza, pero no experimentamos la debida comunión y cercanía con Dios, careceremos de poder. Nos desanimaremos, pues nuestras mentes estarán demasiado ocupadas y sobrecargadas por el mal que nos rodea.
No podemos estar realmente esperando que el Hijo de Dios venga de los cielos sin ver, al mismo tiempo, que el mundo lo rechaza en su totalidad. El mundo va en caída libre, sus hombres sabios no tienen sabiduría; todo va directo al juicio, y los principios de maldad están desatando todas sus ataduras. De este modo, el alma más se oprime y el corazón se entristece. Pero si por medio de la gracia, el cristiano permanece en comunión con Dios, su alma se mantendrá firme, serena y feliz ante Dios, pues en él hay multitud de bendiciones, y ninguna circunstancia podrá jamás afectar este hecho glorioso.