El Evangelio según Marcos nos presenta a nuestro Señor Jesucristo como el siervo perfecto. Varias profecías del Antiguo Testamento predijeron su venida (véase Is. 42:1-5). Finalmente, de acuerdo con el perfecto plan de Dios, vino y se presentó a los hombres con señales inconfundibles. Las personas quedaban asombradas ante su bendita Persona. El Señor Jesús causó vivas impresiones de sorpresa y asombro, a través de experiencias emocionalmente muy fuertes. Y es el Evangelio según Marcos el que nos muestra el gran asombro que causaban la presencia, las acciones y las palabras del Mesías.

Marcos se concentra en escribir relatos breves y basados en hechos ciertísimos. En el primer capítulo, Jesús sanó a un hombre poseído por un demonio durante un día de reposo. En aquella época, prevalecía un completo sistema de leyes y normas creadas por el hombre para guardar el día de reposo. Sin embargo, los líderes religiosos se preocupaban más de su propia dignidad que de la gloria de Dios: habían excluido a Dios de la ecuación, dejando al hombre reinando a sus anchas. Esta condición la vemos representada en el hombre que estaba poseído por un espíritu inmundo. Es una imagen del mundo religioso de entonces, el cual se había convertido en una morada de espíritus malignos. La condición del mundo religioso prevalece hasta hoy, y continuará hasta el futuro, y podemos verla descrita en Apocalipsis 17 y 18. Solo el Señor puede ocuparse de tal situación.

Marcos nos relata los detalles de la intervención del Señor en la sinagoga: reprendió al espíritu inmundo y le ordenó que saliera, lo cual en efecto hizo. Esto generó mucho asombro y discusión entre los presentes, quienes se preguntaban qué nueva doctrina representaba todo aquello.